La música para mí es uno de los placeres más grandes que existen, así como el medio de expresión personal por el cual uno transmite sin crear. Leyendo algo para alguna materia, el autor decía que uno de los elementos que configuraban una obra de arte es su capacidad de ser símbolo, es decir, de remitir desde la particularidad de la obra a una experiencia propia del apreciador y a la universalidad. La música para mí tiene esta particularidad: a partir de que uno se identifica con ella, que ya nos ha remitido a nosotros mismos, es entonces que se convierte en nuestra y ya no del compositor o intérprete. Es la música que escuchamos un medio en extremo fuerte para expresar lo que somos, creemos, o simplemente lo que nos gusta. La música que escucho es mía porque me expreso mediante ella aun cuando yo no la creé.
El contexto en que se encierra la música, como el grupo intérprete, el estilo que adopta como imagen, la actitud, el tipo de fans, etc., no son parte de las piezas musicales en sí, sino que las delimitan y les dan un sentido más estricto. Todos los aspectos anteriores forman parte de un marco sociocultural que únicamente proyecta la pieza como un medio de consumo, pero no como obra artística. Es por eso que una canción puede ser pasada de un género a otro y conservar su calidad como obra de arte; su aceptación es cuestión más de gustos y preferencias. ¿Entonces dónde reside la calidad de la pieza?
En una concepción intuitiva y nada técnica, una canción en sí misma es un conjunto de notas en determinado orden que dan un efecto estético determinado. Estas notas ordenadas en cierta escala, dadas por un instrumento, pueden combinarse armónicamente con otras otorgadas por un instrumento diferente, llevando a formar un ritmo (o vairos) y finalmente una melodía. Esta última es la unidad cohesionada que sólo en ese estado y no otro reside el efecto estético. El tipo de ritmo configurado y los instrumentos utilizados permitirán colocar a la canción en un género musical, y de ahí otorgarle todas las demás características socioculturales. El vínculo entre pieza y su contexto es la letra.
Las canciones con letra tienen doble complejidad al tratarse de dos signos amalgamados en uno solo. La letra sin música es un signo en sí misma, al igual que la melodía. Para lograr que una canción con letra tenga un efecto específico, es necesario que ambos signos sean congruentes. La voz es el instrumento por el cual se introduce la letra a la canción, pero ésta tiene que ver más con el tipo de instrumentos que la acompañan que con la letra, siendo el conjunto melódico el que determina el tipo de letra que debe acompañarla o no al revés.
Conforme a esto, se entiende que hay una subordinación de la letra a la melodía como unidad. Lo ideal es lograr un equilibro entre lo que dice la letra y el tipo de melodía. Cuando la letra juega un papel prioritario sobre la melodía, entonces deja de ser una pieza de arte al transformarse en un utensilio. La calidad musical no se aprecia desde el género o el estilo (características superficiales de la pieza), sino desde el efecto estético dado por la unidad melódica, que bien puede gustar o no sin dejar de apreciarse su excelencia o deficiencia.
El contexto en que se encierra la música, como el grupo intérprete, el estilo que adopta como imagen, la actitud, el tipo de fans, etc., no son parte de las piezas musicales en sí, sino que las delimitan y les dan un sentido más estricto. Todos los aspectos anteriores forman parte de un marco sociocultural que únicamente proyecta la pieza como un medio de consumo, pero no como obra artística. Es por eso que una canción puede ser pasada de un género a otro y conservar su calidad como obra de arte; su aceptación es cuestión más de gustos y preferencias. ¿Entonces dónde reside la calidad de la pieza?
En una concepción intuitiva y nada técnica, una canción en sí misma es un conjunto de notas en determinado orden que dan un efecto estético determinado. Estas notas ordenadas en cierta escala, dadas por un instrumento, pueden combinarse armónicamente con otras otorgadas por un instrumento diferente, llevando a formar un ritmo (o vairos) y finalmente una melodía. Esta última es la unidad cohesionada que sólo en ese estado y no otro reside el efecto estético. El tipo de ritmo configurado y los instrumentos utilizados permitirán colocar a la canción en un género musical, y de ahí otorgarle todas las demás características socioculturales. El vínculo entre pieza y su contexto es la letra.
Las canciones con letra tienen doble complejidad al tratarse de dos signos amalgamados en uno solo. La letra sin música es un signo en sí misma, al igual que la melodía. Para lograr que una canción con letra tenga un efecto específico, es necesario que ambos signos sean congruentes. La voz es el instrumento por el cual se introduce la letra a la canción, pero ésta tiene que ver más con el tipo de instrumentos que la acompañan que con la letra, siendo el conjunto melódico el que determina el tipo de letra que debe acompañarla o no al revés.
Conforme a esto, se entiende que hay una subordinación de la letra a la melodía como unidad. Lo ideal es lograr un equilibro entre lo que dice la letra y el tipo de melodía. Cuando la letra juega un papel prioritario sobre la melodía, entonces deja de ser una pieza de arte al transformarse en un utensilio. La calidad musical no se aprecia desde el género o el estilo (características superficiales de la pieza), sino desde el efecto estético dado por la unidad melódica, que bien puede gustar o no sin dejar de apreciarse su excelencia o deficiencia.
One response to “Música: de lo abstracto a lo concreto I”
muy interesante, cuando lo lea te digo más
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