¡Q onda! Pues aquí les dejo un cuento que me gustó mucho. Se trata de Oportunidades, publicado en el libro Falsos amigos y otras epifanías, escrito por Luis Felipe Hernández, ganador del Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2006. Espero les guste tanto como a mí.
1
He encontrado en la calle un botón de chambrita de niña. Aclaremos que no tengo vista de lince para haber detectado el botón desde lejos, ni creo ser un obsesivo que camine con los ojos clavados al piso por si encuentra algo llamativo; simplemente aquel botón era del tamaño de una tapa de alcantarilla o incluso mayor: resultaba imposible no detenerse a verlo.
¿Cómo afirmo que era de chambrita de niña? Muy sencillo. Alrededor de cada uno de sus cuatro agujeros tiene pintados los pétalos de una flor, y aún había un pedazo de estambre, color rosa –si bien del grosor de las cuerdas para sujetar yates- adherido en uno de ellos.
Ya que el botón pesaba demasiado, preferí no llevarlo conmigo, y mientras me alejaba me pregunté de qué tamaño sería la dueña de aquel objeto.
2
Estoy que bufo, me da una rabia tener tan poca visión comercial para las oportunidades que la vida me presenta… ¿Recuerdan el botón descomunal que encontré ayer y dejé ahí mismo, sobre la vía pública? Bueno, pues hoy en primera plana el periódico saca la noticia, con una gran foto a colores que muestra al botón y, posando con un pie sobre él, como cazador, al sonriente oportunista que sí llamó a la prensa, que sí se adueñó del descubrimiento y que se ha inventado una historia sobre cómo lo consiguió. ¡Lo consiguió, dice, cuando sabemos que estaba tirado, ahí, al paso! El maldito afirma que se lo quitó a una bebé gigantesca que gatea por toda la ciudad, y dice también que si le otorgan una media hora en las televisoras, explicará cómo es aquella criatura colosal y qué peligros entraña para la ciudadanía.
Seguro conseguirá el tiempo que pide. Seguro hará un libro sobre ello. Dará conferencias. Y mientras, yo muero de coraje.
3
Todo sucede de manera simultánea: el advenedizo aquel se presenta en el último telediario de la noche, el de mayor audiencia, con una historia acerca de la giganta y el botón rosa, que ni al más fantasioso de los escritores se le hubiera ocurrido; un anónimo de voz muy ronca logra que pasen su llamada al aire y admite que el inmenso botón es el inicio de un plan ideado por él, aclarando que en realidad aquello es una simple tapa de alcantarilla pintada de rosa (ya lo había insinuado yo antes), y amenaza: si el gobierno de la ciudad no le entrega cierto dinero, seguirá apareciendo este tipo de botón, lo que implicará más autos averiados tras caer desprevenidos en sendos agujeros.
Todo sucede, insisto, de modo simultáneo: El advenedizo ve derrumbarse su fama de modo tan súbito como empezó; yo, frente al televisor, doy gracias de no haber tenido ninguna intención de lucro sobre aquel botón; y el timbre de la puerta suena. Voy a abrir.
Es una bebé gigantesca.
4
Mientras la nena tomaba su leche (para ello vertí en el agua del tinaco de la azotea cuanta leche en polvo tenía; la bebé lo arrancó y ahora lo disfruta de biberón, sentada en plena calle, pero no he pensado cómo darle palmaditas en la espalda para que eructe), diré que tan pronto la vi afuera llamé a la televisora para que atestiguaran el portento, mas no me creyeron: “No pensará que vamos a quedar en ridículo de nuevo, ¿verdad?” y han cortado la comunicación.
Intenté con la radio: “Ya hombre, ya, que ese cuento de la giganta… y por cierto, ¿no será usted el anónimo de las alcantarillas abiertas, no? Que la policía ya dijo que están por prenderle, así que cuidado, amigo” y también han colgado.
Entonces pensé llevar yo mismo a la bebé a la televisora, pero no doy con el modo: si su tamaño fuera normal, la tomaría entre mis brazos y se acabó. Pero como nena normal no sería noticia. Podría, he considerado también, hacer que ella me lleve en su espalda mientras gatea, pero ¿cómo se dirige a una lactante en tal o cual dirección? Puede que sea gigante, mas la pequeña no entiende palabras aún. Y luego, está el riesgo de que me devore, todo se lo lleva a la boca: mi auto, que estacioné frente a la casa, lo ha dejado hecho un asco, tras chuparlo, encontrarlo desagradable y botarlo al descuido (no sé si el seguro cubra esto).
Reflexiono así, cuando nuevamente tocan a mi puerta.
Es una monja, que me sonríe. Para monjas estamos.
5
“Mi nombre es Sor Atracción y rijo un orfanato… Me preguntaba si la bebita que está afuera, tan desamparada y solita, de alguna manera está relacionada con usted… ¿es así?
Mi sorpresa sólo se transforma en una duda, que externo: “¿Por qué lo supone?”.
“Bueno, la nenita manotea señalando la azotea de su casa, por eso…”
Claro: ya se habrá terminado el tinaco-biberón y ahora querrá más.
¿Será la llegada de Sor Atracción –vaya nombre- una prueba de que a la oportunidad la pintan calva? Aunque siento cosquillear un insulto paternal, lo reprimo enseguida cuando pienso en el primer cambio de pañal tamaño pantagruélico y digo: “Usted ha sido enviada del cielo para dar alojo y buenos cuidados a esa criaturita –ahora yo también hablo en diminutivos-, creo que sería una insensatez negárselos”.
Sor Atracción se ilumina de felicidad, da las gracias y se despide. Cierro la puerta, no me quedo a averiguar cómo logra ella que la bebé gigante la siga. Además, nunca me han gustado las despedidas.
6
De verdad que las oportunidades llegan y uno las deja pasar.
Una amiga, sólo eso, una amiga, aunque bien me gustaría que fuese algo más, me llamó para invitarme a una función circense. “Sé muy bien que el circo te deprime, pero éste es muy especial, tienes que verlo, paso por ti a las seis.”
Por ella y no por el espectáculo, a las seis ya la esperaba con un ramillete de flores.
Mientras nos dirigíamos al lugar donde se estableció la carpa, la observaba de perfil con sus manos al volante: qué bella es, qué guapa. Qué mujer.
Al doblar una esquina y revelárseme todo, comencé a llorar ante la epifanía: Frente al estacionamiento, al lado de la carpa circense, un enorme cartel anunciaba “EL CIRCO DE LA HERMANA ATRACCIÓN PRESENTA SU ÚLTIMO DESCUBRIMIENTO: AMARANTA, LA BEBÉ GIGANTA”.
“¿Llorando? No pensé que el circo te deprimiera a tal grado… si prefieres…” comentó mi acompañante, asombrada, pero ustedes saben que lloré porque, nuevamente, la oportunidad de fama y fortuna se me escapó, y en esta ocasión, yo mismo la puse en patines de plata.
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He encontrado en la calle un botón de chambrita de niña. Aclaremos que no tengo vista de lince para haber detectado el botón desde lejos, ni creo ser un obsesivo que camine con los ojos clavados al piso por si encuentra algo llamativo; simplemente aquel botón era del tamaño de una tapa de alcantarilla o incluso mayor: resultaba imposible no detenerse a verlo.
¿Cómo afirmo que era de chambrita de niña? Muy sencillo. Alrededor de cada uno de sus cuatro agujeros tiene pintados los pétalos de una flor, y aún había un pedazo de estambre, color rosa –si bien del grosor de las cuerdas para sujetar yates- adherido en uno de ellos.
Ya que el botón pesaba demasiado, preferí no llevarlo conmigo, y mientras me alejaba me pregunté de qué tamaño sería la dueña de aquel objeto.
2
Estoy que bufo, me da una rabia tener tan poca visión comercial para las oportunidades que la vida me presenta… ¿Recuerdan el botón descomunal que encontré ayer y dejé ahí mismo, sobre la vía pública? Bueno, pues hoy en primera plana el periódico saca la noticia, con una gran foto a colores que muestra al botón y, posando con un pie sobre él, como cazador, al sonriente oportunista que sí llamó a la prensa, que sí se adueñó del descubrimiento y que se ha inventado una historia sobre cómo lo consiguió. ¡Lo consiguió, dice, cuando sabemos que estaba tirado, ahí, al paso! El maldito afirma que se lo quitó a una bebé gigantesca que gatea por toda la ciudad, y dice también que si le otorgan una media hora en las televisoras, explicará cómo es aquella criatura colosal y qué peligros entraña para la ciudadanía.
Seguro conseguirá el tiempo que pide. Seguro hará un libro sobre ello. Dará conferencias. Y mientras, yo muero de coraje.
3
Todo sucede de manera simultánea: el advenedizo aquel se presenta en el último telediario de la noche, el de mayor audiencia, con una historia acerca de la giganta y el botón rosa, que ni al más fantasioso de los escritores se le hubiera ocurrido; un anónimo de voz muy ronca logra que pasen su llamada al aire y admite que el inmenso botón es el inicio de un plan ideado por él, aclarando que en realidad aquello es una simple tapa de alcantarilla pintada de rosa (ya lo había insinuado yo antes), y amenaza: si el gobierno de la ciudad no le entrega cierto dinero, seguirá apareciendo este tipo de botón, lo que implicará más autos averiados tras caer desprevenidos en sendos agujeros.
Todo sucede, insisto, de modo simultáneo: El advenedizo ve derrumbarse su fama de modo tan súbito como empezó; yo, frente al televisor, doy gracias de no haber tenido ninguna intención de lucro sobre aquel botón; y el timbre de la puerta suena. Voy a abrir.
Es una bebé gigantesca.
4
Mientras la nena tomaba su leche (para ello vertí en el agua del tinaco de la azotea cuanta leche en polvo tenía; la bebé lo arrancó y ahora lo disfruta de biberón, sentada en plena calle, pero no he pensado cómo darle palmaditas en la espalda para que eructe), diré que tan pronto la vi afuera llamé a la televisora para que atestiguaran el portento, mas no me creyeron: “No pensará que vamos a quedar en ridículo de nuevo, ¿verdad?” y han cortado la comunicación.
Intenté con la radio: “Ya hombre, ya, que ese cuento de la giganta… y por cierto, ¿no será usted el anónimo de las alcantarillas abiertas, no? Que la policía ya dijo que están por prenderle, así que cuidado, amigo” y también han colgado.
Entonces pensé llevar yo mismo a la bebé a la televisora, pero no doy con el modo: si su tamaño fuera normal, la tomaría entre mis brazos y se acabó. Pero como nena normal no sería noticia. Podría, he considerado también, hacer que ella me lleve en su espalda mientras gatea, pero ¿cómo se dirige a una lactante en tal o cual dirección? Puede que sea gigante, mas la pequeña no entiende palabras aún. Y luego, está el riesgo de que me devore, todo se lo lleva a la boca: mi auto, que estacioné frente a la casa, lo ha dejado hecho un asco, tras chuparlo, encontrarlo desagradable y botarlo al descuido (no sé si el seguro cubra esto).
Reflexiono así, cuando nuevamente tocan a mi puerta.
Es una monja, que me sonríe. Para monjas estamos.
5
“Mi nombre es Sor Atracción y rijo un orfanato… Me preguntaba si la bebita que está afuera, tan desamparada y solita, de alguna manera está relacionada con usted… ¿es así?
Mi sorpresa sólo se transforma en una duda, que externo: “¿Por qué lo supone?”.
“Bueno, la nenita manotea señalando la azotea de su casa, por eso…”
Claro: ya se habrá terminado el tinaco-biberón y ahora querrá más.
¿Será la llegada de Sor Atracción –vaya nombre- una prueba de que a la oportunidad la pintan calva? Aunque siento cosquillear un insulto paternal, lo reprimo enseguida cuando pienso en el primer cambio de pañal tamaño pantagruélico y digo: “Usted ha sido enviada del cielo para dar alojo y buenos cuidados a esa criaturita –ahora yo también hablo en diminutivos-, creo que sería una insensatez negárselos”.
Sor Atracción se ilumina de felicidad, da las gracias y se despide. Cierro la puerta, no me quedo a averiguar cómo logra ella que la bebé gigante la siga. Además, nunca me han gustado las despedidas.
6
De verdad que las oportunidades llegan y uno las deja pasar.
Una amiga, sólo eso, una amiga, aunque bien me gustaría que fuese algo más, me llamó para invitarme a una función circense. “Sé muy bien que el circo te deprime, pero éste es muy especial, tienes que verlo, paso por ti a las seis.”
Por ella y no por el espectáculo, a las seis ya la esperaba con un ramillete de flores.
Mientras nos dirigíamos al lugar donde se estableció la carpa, la observaba de perfil con sus manos al volante: qué bella es, qué guapa. Qué mujer.
Al doblar una esquina y revelárseme todo, comencé a llorar ante la epifanía: Frente al estacionamiento, al lado de la carpa circense, un enorme cartel anunciaba “EL CIRCO DE LA HERMANA ATRACCIÓN PRESENTA SU ÚLTIMO DESCUBRIMIENTO: AMARANTA, LA BEBÉ GIGANTA”.
“¿Llorando? No pensé que el circo te deprimiera a tal grado… si prefieres…” comentó mi acompañante, asombrada, pero ustedes saben que lloré porque, nuevamente, la oportunidad de fama y fortuna se me escapó, y en esta ocasión, yo mismo la puse en patines de plata.
6 Responses to “Oportunidades”
Jajaja, no mmes! Está increible! Al principio dude un poco y cuando hablaba de la chica k lo invitó kreí k se desviaría de tema totalmente, pero resulto ser grandioso! "Kudos por eso"...
JAJAJA eres una Bebe Giganta!!! ya comentame y cambia el nombre del link que tienes a mi blog, recuerda que ya cambio hace como mil años...
AHHH caray!!!! me retracto por la denuncia que realize en el comentario anterior...
hey betovsky...!!
otra vez muchas gracias por las cajetas y las obleas!!!!
GRACIAS!!
ya sabes eh!!
espera a que vaya a Nayarit!!
saludos
No mames!!! ya comentame culero!!! yo siempre me tomo el tiempo de comentarte y tu nada mas te la estas chaqueteando...
Bueno, bastante bueno, buenísimo. Está genial.
Bien merecido el premio.
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