Y cuando desperté, me di cuenta de que no estaba listo para dejar Guanajuato. Así de simple. No estoy listo para dejar la ciudad que alguna vez dije odiar con todas mis fuerzas. Ahora no estoy tan seguro, y esa inseguridad me es producida por la misma ciudad. Sin embargo, no la odio por eso. La ciudad no es culpable de mis inseguridades, de temer a la incertidumbre, a comenzar de nuevo, a perder lo que he ganado, y he ganado mucho. Guanajuato me debe tanto como yo le debo a ella. (¿Ella? ¿Alguna razón en específico para concebir a Guanajuato femeninamente? Psicoanalistas, ¡expliquen!) Guanajuato me ha dado una de las mejores etapas de mi vida, los mayores aprendizajes, las mejores personas, grandes experiencias. También me ha dado su frialdad, su enajenamiento del mundo, su melancolía y la soledad que a veces siento. Podríamos decir que de alguna manera estamos a mano. ¿No es una situación suficiente para irme satisfecho, seguir adelante, conocer el mundo de nuevo? No lo siento así. Siento que Guanajuato me debe más, que tiene más para darme y que sólo me ha dado una probadita a pesar de lo mucho que le he pedido más. Espero no ser mal entendido. Guanajuato me ha dado mucho, pero tiene más para mí, mucho más, y hasta ahorita me enteré que lo tenía. No me quiero ir sin tener todo lo que Guanajuato podía darme y que yo mismo estaría rechazando si me voy ahora.
También puede ser que sea sólo miedo a dejar esa parte que me ha dado. Quizás sea todo lo que tiene para mí y yo me niego a aceptarlo, y sólo busco una razón para no perderlo, para tener más tiempo con eso. ¿Y si es así, realmente importa? Sé que algún día me tengo que ir, no porque algo me obligue, sino porque yo quiero ver más, conocer más, vivir más, sólo que no siento que sea ahora mismo el momento para hacerlo. Tengo por lo menos un semestre más, y será decisivo, será conclusivo.
Antes confiaba en el Destino. Es más fácil que tomar mis propias decisiones. Quiero quedarme, es todo lo que sé.